50ª Maleta
Me parece encontrarte entre la multitud cada vez que distraigo la mirada en mil caras. De pronto me salta un flash interior, un fotograma filtrado en la bobina que gira dentro de mi cabeza. No sé lo que he visto, ¿acaso no eras tú?
Activo el escáner para depurar cada uno de los rostros con los que me cruzo pero el gentío es tan denso que estoy desbordado. Ya no sé si has pasado o si sigues ahí. Me revuelvo temiendo el habernos cruzado y perdido la pista, habernos rozado sin electricidad y al instante una alarma me saca del sueño: "Despierta, ya es hora"
Tú no estás aquí.
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- Bueno, ¿y qué hacemos ahora? - pregunté - No podemos dejar al pobre pájaro...
- Al mirlo - puntualizó el barman haciendo como que tosía.
- ... al pobre mirlo - dije enfatizando - ahí enganchado.
- Pues llamamos a los bomberos pero olvidaos de volver a subir ninguno a esa ventana, ¿me oís? - dijo la gobernanta señalándonos de forma amenazante.
- A ver, dentro de la Policía Municipal, hay una división de Medio Ambiente que se llama UMA. Se encargan de este tipo de cosas ya sea flora, fauna, vertidos, humos... - comentó el barman.
- De verdad que cada día me dejas más alucinado, ¿se puede saber de dónde diablos sacas toda esa información?
- Por favor, botones..., soy mucho más...
- ...que una cara bonita - le cortamos canturreando al unísono la gobernanta y yo.
Mientras sacaba el teléfono para hacer la llamada al 092, el mirlo volvió a revolverse y consiguió finalmente atravesar la red. Revoloteó un poco por dentro del patio y enseguida se posó en el canalón justo enfrente de la ventana. Los tres observamos la peripecia en silencio, expectantes.
- ¿Y ahora qué?, ¿se va a quedar dentro? - dije en voz baja.
- ¡Ay, pobrecito! Le voy a romper una galletita de estas de los tes a ver si bajara a la ventana a comer y le pudiéramos sacar por la ventana de la calle - dijo la gobernanta.
- Nah, no serviría. Los mirlos comen gusanos, insectos, frutas y cosas así - comentó el barman.
- En serio tío, me tienes que explicar muchas cosas tú a mí, ¿eh? - le dije totalmente sorprendido.
De pronto, el mirlo se incorporó de su posición, dio unos saltitos por el canalón hacia un lado y se coló de un brinco por uno de los agujeros de la red que estaba más estirado por un enganche que lo sujetaba a la fachada. Se giró, nos miró desde las tejas ya por fuera de la malla y echó a volar dejándonos a los tres como en una foto por sorpresa.
- ¡Solucionado! - dijo el barman dándome una palmada en el hombro. - Ya me llamáis para otro ratito, ¿ok? - y enfiló la puerta de la habitación.
- Venga botones, ¡acción!, que ya hemos perdido mucho tiempo y tengo que hacer la habitación. - dijo la gobernanta poniéndose también en marcha.
Salí de la habitación y empujé en silencio mi carrito cargado de maletas hacia el ascensor pensando que nadie iba a creer la historia de cómo un pájaro nos había tomado el pelo durante veinte minutos. Bueno, un pájaro no; un mirlo.
En el hilo sonaba George Baker