17ª Maleta
Qué rápido pasan los momentos de total relajación, el lapso entre que el sol se despide sumergido en un baño de mar y las perséidas se dispersan en un fondo azul oscuro casi negro concediendo tres deseos por minuto...
Se fugan en un fluir incontenible las notas de una música en la playa, las gotas de sudor de mi cerveza, los lienzos de una cama balinesa, las vistas de postal, la paz sin tregua, los pájaros que rondan mi cabeza y que vuelan tras de mí allí adonde vaya...
Me dejaría domar por el instinto de la supervivencia más salvaje pero me paro a hacer el equipaje, a empaquetar los instantes vividos, a buscarle un espacio en mi maleta a todo lo que carga mi energía, aquello que me trata con más mimo. No necesitaré guías de viaje. Allí donde voy conozco el camino.
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El barco zarpa a las 16:50. No es el último barco del día pero sí el que llegará a puerto a tiempo de coger el último bus de vuelta a casa. Me desagrada el regusto que dejan los finales y detesto la sensación palpable de la caducidad. Por esa razón me empeño en darle un sentido positivo a cada paso, tener un detalle, regalar una sonrisa, proyectar una ilusión que se eleve más alto y con más fuerza que cualquier certeza.
Dejo a mi espalda una Isla con sus pañuelos para lágrimas de alegría y pongo proa de regreso al Hotel y al desafío de un nuevo reto. En realidad, nunca sabes donde puedes terminar... o empezar.
En el hilo sonaba Vetusta Morla