martes, 26 de noviembre de 2019

QuebraNdo

... el silencio



48ª Maleta

Solo cuando el mundanal ruido se despierta mojado en una fría mañana dominical de otoño podemos escuchar la huella que dejamos tras nuestro paso. Es tan inusual el silencio que resonamos estridentes aun andando de puntillas y nos vemos obligados a modular el tono ofendidos por el retumbo expandido del propio eco, negando siempre en primer término que esa sea nuestra voz, nuestro legado.

Pero lo cierto es que hay que abrirse camino, del verde renaciente al naranja caduco, del blanco gélido al amarillo abrasador, del polen al crujido, de la cima a la orilla, educar, convencer, equilibrar, remover, respetar y merecer. Que la última parada a la que llegue nuestro tren nos dará aquello que un día sembramos y, por acción u omisión, hayamos hecho crecer.

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Estaba en la planta más alta del hotel reuniendo las maletas de los primeros clientes que salían aquella mañana cuando empecé a escuchar una especie de chillido, más bien un graznido agudo y persistente. Me asomé con cuidado dentro de una de las habitaciones interiores ya preparada para ser limpiada y observé que la ventana de seguridad estaba entreabierta. Ahora podía oír también revoloteos intermitentes tras los cuales caían, livianas como copos de nieve, un puñado de plumas oscuras.
Saqué la cabeza de lado mirando hacia arriba y enseguida vi cuál era el problema. Un pájaro luchaba bocabajo justo sobre la ventana enganchado en la red que cubre el patio para evitar, precisamente, que se cuelen las aves. No parecía herido en tanto en cuanto se revolvía y protestaba en su idioma con energía.

- ¿Te has enredado, eh? - le dije como si me fuera a entender - Vamos a ver qué podemos hacer...

Levanté el pie derecho por encima de la cadera para apoyarlo en el alféizar y con las dos manos me agarré con fuerza al marco de la ventana con la intención de auparme. Estaba contando hasta tres mentalmente y de pronto...

- ¡¡Quieto!! ¿¡Se puede saber en qué estas pensando, muchacho!? - me gritó la gobernanta desde la puerta.


En el hilo sonaba Russian Red

martes, 12 de noviembre de 2019

Prend(á)Ndo-me

... de la singularidad



47ª Maleta

Repartidos por los cuatro puntos cardinales de nuestra personalidad se encuentran los detalles que nos perfilan. A veces son curiosidades sencillas en las que no reparamos, como el lado hacia el que amanecemos girados por las mañanas. Otras son rarezas curiosas, como poner el volumen de la tele invariablemente en un número impar. En ocasiones son manías aprendidas, como cerrar todas las puertas cuando salimos de casa. Y finalmente están las obsesiones que emanan de nuestra esencia, que nublan el buen juicio y nos vuelven primitivos. Excentricidades, chifladuras, antojos, extravagancias... y tabúes inconfesables que atesoramos solo para nosotros mismos y tal vez para aquellos elegidos a los que colocamos demasiado cerca de la zona de ignición.

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- ¿Sabes qué es lo que más me gustó de ti cuando te conocí? - pregunté revoloteando alrededor del carro de limpieza.
- Sorpréndeme botones - respondió la gobernanta tan paciente como de costumbre.
- Pues que siempre tenías algo que comentarme o alguna conversación que sacarme. Contigo me sentí a gusto desde el primer momento.
- Me alegro de que pienses eso. Pero recuerda que es solo porque eres el mejor botones del hotel.
- ¡Y el único!
- Eso también ayuda, sí, pero de verdad, eres muy buena gente botones. Ya sabes que yo no le pierdo el hilo a nada en este hotel. Y te veo hasta cuando crees que no te ve nadie.
- No sé si eso me tranquiliza..., he notado antes un frío en el cogote...
- ¡Calla mosquito! - dijo dándome en el brazo con la lista de habitaciones - y ayúdame con esas toallas anda. ¿Sabes cuántas toallas reponemos a diario en este hotel? ...

Y continuó contándome detalles particulares como hacía siempre que coincidíamos un rato de la jornada de trabajo.


martes, 5 de noviembre de 2019

OrientaNdo

... la mirada


46ª Maleta

Son increíbles. No nos detenemos a mirarlas a menudo en su cotidianidad, posiblemente cegados por las luces artificiales que compiten por llamar nuestra atención en primer plano, pero cuando somos capaces de difuminar y extender la mirada más allá hay que aceptar que no tienen competencia. Si acaso la intensidad de esas super-lunas redondas y rojizas aumentadas como si se encuadraran en el círculo de un prismático, podrían acercarse a la sensación de inmensidad y menudencia al mismo tiempo que sientes cuando una de ellas te mira...

... pero ya veo que lo que te parece increíble es que no deje de hablar de ellas mientras se me derrite el postre en la mano. Toma, termínalo si quieres; está supremo.

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Al abrirse las puertas del ascensor me asomé con disimulo. La mesa estaba vacía. No había moros en la costa. Salí con el sigilo de un gato escrutando con la mirada cada esquina y cada mueble de aquella nueva recepción. La pared era de un ocre dorado tirando a café mientras que el techo era de un blanco que proyectaba la iluminación indirecta dando a la estancia una especie de claridad dispersa pero cálida. Dos grandes jarrones transparentes servían de base a largas y gruesas ramas de bambú color jade que custodiaban un extraño cuadro tierra con letras negras contenidas en un marco ancho color lino.

- Hola - saludó ella desde la mesa.

Pegué un respingo y me giré con una mueca de susto y los ojos muy abiertos.

- Hola, ¡qué susto! Pensé que no estabas - dije arrepintiéndome de inmediato.

Levantó las cejas e inclinó un poco la cabeza a un lado en un gesto gracioso y dijo:

- 'Veritas Nunquam Perit'
- Em..., ¿perdona?
- El cuadro - dijo señalando tras de mí - significa 'la verdad nunca desaparece'.
- Ah sí! el cuadro,... lo estaba mirando sí... es muy bonito... y con significado claro, no como esos cuadros que no sabes si lo estás colgando del derecho o del revés..., verdad? Ya sabes..., jeje... ejem.

Me quedé ahí en medio asintiendo con la cabeza hasta que logré articular la postura correcta con las manos atrás.

- ¿Necesitas alguna cosa?
- No, gracias. Está todo bien - dijo echando un rápido vistazo a ambos lados de su mesa.
- ¡Estupendo!, pues entonces me voy a la recepción - dije mientras apretaba el botón del ascensor varias veces - Quiero decir a la otra recepción, la de abajo en la entrada..., tú ya me entiendes.

¡Clinnnn! - Oh! sonido celestial - musité para mí mismo. Le sonreí y entré en el ascensor pensando que era el botones más idiota de todo el gremio.

- ¡Oye botones! - voceó desde su asiento - Gracias por la visita.
- ¡Encantado! - contesté justo antes de que se cerrara la puerta.