... a ojo.
73ª Maleta
Entre pizcas, chorritos y puñados se fraguan las viandas de los buscavidas que no han visto de cerca más receta que el gobierno de una madre en la familia. Saben sembrar la sal en el puchero y cosechar un guiso primoroso sin retener en pausa con el dorso de los dedos un tutorial casero del YouTube. El éxito de tener buena mano nace del paladar y del disfrute, sin desprecio de ser pinche hacendoso de quien mantiene la despensa llena ya se presente un marzo sosegado seguido de un abril raso y tedioso.
Se avivan mis sentidos hogareños cuando desde un fogón al ralentí humean ondulantes y sabrosas las líneas de un olor evocador. Me pausa, me estimula, me enloquece que, atravesando las generaciones, de repente la ciudad huela demasiado a ti.
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Hacía un par de semanas que salíamos cada día a primera hora de la mañana a dar una vuelta por los alrededores durante al menos media hora. Cada día un trayecto distinto. Hacia la Dehesa las calles eran anchas y el espacio del parque daba para mantener la distancia con la gente. Ya íbamos de regreso cuando sentí un olor familiar que me hizo levantar la cabeza en busca de su procedencia.
- Mmmmm - expresé con regusto - ¡cómo huele a pan tostado!
- Sí que huele bien, sí. Creo que viene de esa cafetería. - señaló el Barman tan magnetizado como yo.
- ¿Nos tomamos un café? Tienen terraza. - argumenté como extra.
- Botones..., que estamos en ERTE. - dijo tragando saliva.
- Joder, no puedes ser más aguafiestas - le rezongué mientras seguíamos camino.
En el hilo sonaba Leiva